Sapos y sapitos

Luis Barrionuevo se queja de que Cristina Fernández es mandona. Y dice que a él no le vengan a hablar de militancia y trayectoria, porque le sobran, igual que a las compañeras (Chiche y Olga). ¡Luis Barrionuevo! Otra vez en escena merced al Congreso Nacional Justicialista, cuyo pintoresco desarrollo, incluidas las peleas de peluquería según la lectura macho-irónica de Aníbal Fernández (en todo caso no se trata exactamente de La peluquería de Don Mateo, donde las chicas se limitan a repetir el libreto que les escribe Gerardo; nunca se sabrá, en estas parejas peronistas, quién escribe el libreto; ni Chiche ni Olga, y mucho menos Cristina, aparentan ser chicas decorativas), trajo a la luz aquello que tanto trajín de Estado, en los últimos meses, había hecho olvidar. ¿Cuál era la agenda pública en aquellas elecciones en las que Néstor Kirchner entró raspando con el 22 por ciento de los votos? A ver si refrescamos la memoria, tanto que hablamos estos días de la memoria. No vayamos treinta años atrás, ni siquiera treinta meses. Cuando se votó la última vez, ¿a qué se le dijo que no?

Haciendo memoria de lo inmediato, el Congreso Nacional Justicialista nos recordó a los que lo miramos por tevé (al congreso y al peronismo) que Kirchner pertenece ahí. Nos lo recordó visceralmente, porque uno de los grandes logros de este Presidente, mal que les pese a los congresales, es haber gobernado hasta ahora en representación no sólo de los que lo votaron, que fueron bastante pocos, sino además en representación de quienes habían desviado su voto hacia rincones presuntamente más progresistas (lo de presuntamente viene a cuento de que este país es una caja de sorpresas, y el progresismo es una caja de dolores de cabeza, narcisismo irredento y soberbia proverbial). El fuera de micrófono de Cristina Fernández fue antológico: cuando uno de los oradores puso play en esa frase hueca que repiten todos y no significa nada (“Vamos a apoyar a este gobierno, que le está dando respuestas a la gente, etc. etc.”), ella murmuró por lo bajo “a pesar de los peronistas” (lo dijo por lo bajo, pero se escuchó y se replicó durante el fin de semana como chicana en cuanto medio derechoso aspira a una ruptura lo más escandalosa posible entre “setentistas” y “noventistas”).

Y en esto vale la pena quedarse un párrafo. Solamente el agotamiento terminal del discurso noventista, y la percepción de que la opinión pública independiente sigue exhibiendo un grado de tolerancia cero a ese discurso (que no es, desde luego, un mero discurso, sino un corpus de justificaciones ideológicas para prácticas y decisiones políticas concretas, esas mismas prácticas que estallaron el 19 y 20 de diciembre de 2001), hizo que hasta ahora tanto los voceros y personeros de la derecha ultraliberal como los custodios de la caja chica del viejo modelo (entre los cuales abundan congresales peronistas) se callaran la boca e impostaran una actitud respetuosa hacia Kirchner y sus innovaciones. ¿Con qué elementos pueden salir a decir que “hay que honrar la deuda”, como se cansaron de sostener durante décadas? ¿Con qué cara pueden salir a negar que las privatizaciones fueron una obra maestra del despojo?

Sin embargo, no cuesta mucho verlos agazapados y a la espera del momento oportuno para comérselo crudo a este hombre que, pese a lo que siguen declarando obstinadamente algunos exponentes del progresismo prístino y sin mancha, no está siendo funcional a los intereses del poder real, el que no tuvo problemas, a su vez, en comerse crudos a peronistas, radicales y frepasistas desde el ‘83 para acá.
No sé si habrán advertido que la televisión, por ejemplo, en lo que va del año y en lo que a periodismo político se refiere, se ha convertido en una caja de resonancia notable de los contradiscursos de derecha que se están tejiendo. Ni qué hablar de esa radio que propala barbaridades, ahora con el tufo distinguido de ser “opositora”. Este 24, con su impresionante despliegue simbólico, fue un punto de inflexión, acaso una apuesta demasiado alta del Ejecutivo, que les hizo saltar la térmica a algunos sectores peronistas. Dirimiendo cuestiones aledañas al núcleo de la cuestión (¿todo el edificio o parte del edificio?, ¿Museo de la Memoria o museo de la memoria de un sector?, ¿crítica al terrorismo de Estado sin crítica al terrorismo a secas?), algunos tuvieron, por fin, su primera gran polémica y el Gobierno tuvo, al fin, su primera humillación, con la senadora Fernández acusada de traidora a voz en cuello por unos cuantos que asimilan la lealtad con el encubrimiento.

Releo y me explico: digo “dirimiendo cuestiones aledañas al núcleo de la cuestión” no porque no sea legítimo y hasta necesario desglosar el paquete del 24 y analizarlo en todas sus facetas, sino porque el gran núcleo de este 24, se me ocurre, es inaugurar una sociedad con un consenso básico, de derecha, de izquierda, de centro y de costado: el Estado no puede salirse de la ley. Es eso. Básicamente es eso. Es corto, claro y necesario, y sin embargo, treinta años después, a muchos les suena mal. Le buscan la quinta pata al gato porque un gato con cinco patas es anormal, y les conviene que todo esto que está pasando sea anormal, y buscan sacar provecho de la presunta anormalidad para devolvernos a la lógica de aquel país que explotó un día de diciembre.

Qué país éste. Uno no puede relajarse. Y tampoco puede, ya, hacerse el tarado. Véanlo a Barrionuevo en acción, defendiendo la pura cepa peronista. El que quiera comer sapos, puede alegrarse: estamos en temporada alta de sapos de todas las especies.

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