Macri está en Córdoba, descansando. ¿Lo pasará bien? ¿Cómo será gestionar internamente ser Macri? Nunca lo sabremos, porque nosotros somos los que miramos, somos los que lloramos por nosotros mismos o por alguien de cuya suerte somos testigos o nos enteramos, somos los que hace cuatro años que no dormimos bien. Desde hace cuatro años experimentamos esta horrible sensación de ser agredidos una o varias veces por día por un gobierno que a algunos nos ha castigado personalmente pero que castiga a millones sin parar. Macri es un enigma que preferiríamos no tener que descifrar. Los que no sólo lo descifran sino que lo encumbraron, los icarios de Magnetto y afines, lo hicieron no subrayando sus virtudes, que no tiene, sino ensuciando, injuriando, persiguiendo a los opositores que ellos reconocían como los reales adversarios. Ahora Clarín parece Guantánamo con esas vallas metálicas que le pusieron para que se repita, en 2019, la escena que vimos una y otra vez en 2016 en dependencias públicas: la llegada al lugar de trabajo, la puerta cerrada, un jetón con una lista, llantos, abrazos, vidas detenidas y desposeídas de cualquier proyecto. En 2016 fueron los empleados públicos que llamaron (Prat Gay lo dijo) “la grasa militante”. Pero era mentira. Para Macri y sus cien o doscientos pares, todos somos grasa y grasa es lo que quieren vendernos ahora para que no chillemos tanto, en un acuerdo de precios irreal como todo lo que hacen. Nadie se salva. Ni los que gritaron ni los que se callaron. El proyecto no fracasó: vinieron a destruirnos. Pero no son infalibles ni todopoderosos: la rabia debe ser elaborada rápidamente y convertida en estrategia popular. Hay que darles exactamente todo lo que odian, porque lo que odian es lo que temen, y es hora de que duerman mal.