«Yo sé que ustedes recogerán mi nombre
Eva Perón
y lo llevarán como bandera a la victoria».
Ella sólo cabía en la palabra Compañera.
Tanta mujer debía, necesariamente, llamarse como la
primer mujer: Eva.
Lo demás puede ser historia, mito, casi sueño. Las
polvorientas calles de Los Toldos, la infancia sin juguetes.
La Evita pequeña, delgada, los ojos muy abiertos frente al
cadáver de un padre que apenas si la reconoció con un
apellido.
Evita niña, arrullada por la letanía de la máquina de coser
que no acababa nunca su tarea pero servía para darles de
comer a ella y a sus cinco hermanos.
Evita muchacha, recorriendo los talleres del Ferrocarril
Central Argentino en Junín, descubriendo por sus ojos y su
piel el verdadero significado de la injusticia.
Evita adolescente, subida al tren que la llevaría a Buenos
Aires, la foto autografiada por Magaldi apretada contra el
pecho y una ilusión mayor que no le cabía en el cuerpo.
Y el viaje. Y la ciudad. Y las primeras compañías teatrales.
Y la radio y el cine y las revistas: luces, flashes, la vida que
sonríe.
Y luego Perón. El General, el hombre, Juan, urdiéndole un
destino diferente.
Entonces Eva, de repente. El descubrimiento del poder, de
la capacidad de hacer, de modificar, de dar pelea, de asistir, de acompañar, de amar a un hombre y también de amar a un pueblo… de ser correspondida.
Eva toda de amor y renuncia. A los honores, a la honra
ficticia, a la vanagloria vacua, a la adulación fácil, a la puja
estéril.
Y el sueño, y el dolor. Y el cáncer y el renunciamiento y la
muerte temprana llamando donde no debía llamar.
Llevándose a quien no debía llevar… Tanto hijo de puta
vivo, sin ir más lejos. Tanta traición aquí nomás, cerquita.
Evita de todos y de nadie. Tan suya, tan del pueblo, tan de
ese general que la amó de la única forma en que pueden
amar los grandes hombres.
Eva Perón hoy hecha carne en su pueblo. Con su nombre
en labios de jóvenes que nacieron mucho después de que
ella muriera. Con su imagen de mujer – ángel – guerrillera
presidiendo el tiempo de la patria.
Ella, la Jefa espiritual de los pobres, los sin nombre, los
desarrapados y los que soñamos un tiempo de justica.
Eva.
Vuelta millones de bocas que claman en su nombre.
Millones de ojos que solo miran la esperanza.
Millones de manos que trabajan el futuro.
Compañera.
Hermana.
Hermana.
Hermoso poema de Caramello .
Estremecedor e impactante . Como la vida de Evita .
Por más mujeres como Eva…