Desde el siglo pasado se intenta convertir a la política en el territorio de la corrupción, las mafias y las prebendas.
De esa manera se socava al sistema democrático.
Cuando se carcome la participación política queda el territorio libre para el gobierno del dinero, de eso que en la comunicación hegemónica se denomina mercado.
La política es la forma que se dan las sociedades para participar en las decisiones colectivas.
Si no hay política –como pretenden la casta neoliberal de Milei y compañía– se habilita el intercambio individual, particular, fragmentario, en el que el dinero es amo y señor.
Cuando se desvaloriza la política solo quedan los pudientes como responsables de la gestión de lo público.
Y los más trabajadores –las grandes mayorías– quedan debilitados y carentes de representatividad ante la imposición de los intereses minoritarios.
El neoliberalismo odia la política porque desprecia a la democracia.
Siempre sospecharon de la traducción literal: “demos” = pueblo; “cracia” = poder.
La sola mención del término es considerado –por las propaladoras neoliberales– un escándalo insoportable: “¿Acaso –se interrogan en forma retórica quienes se adjudican el control del sentido común–, se puede aceptar que el poder esté en manos del pueblo?”
Eso les resulta intolerable.
Para esas minorías eso es inaceptable. Lo considerarán populismo, pobrismo, choriplanerismo, etc.
Ellos
El hostigamiento a la política –y a sus activistas– es una manera indirecta de debilitar a la democracia y al Estado.
Porque el Estado tiene como instituciones deliberativas, capaces de proponer consensos o de imponer voluntades mayoritarias, a los partidos políticos.
Cuando Javier Milei es bien recibido en las poltronas del poder mediático dispara sus dardos contra la política con el objetivo de entronizar en su lugar a los empresarios.
¿Existe acaso una organización social sin reglas? No.
Desde que existe la especie humana, las mujeres y los hombres se han dado formas de convivencia social.
En las sociedades contemporáneas esas reglas son debatidas y decididas políticamente. Y existen muchas formas de imponerlas. También de beneficiar a sectores. Hay sistemas que se dedican a favorecer a los sectores privilegiados. Y existen otros que promueven la distribución equitativa de los bienes materiales, los servicios y los recursos sociales.
Cuando estos últimos logran prevalecer, irrumpen quienes quieren destruir la política. Pero cuando logran predominar las lógicas corporativas, la política no aparece como algo deleznable.
¿Qué propone Milei para sustituir al Estado y a la política?
Su violencia gestual y verbal busca aplicar la Ley de la Selva, donde los leones acaudalados pueden explotar sin limitaciones a los desarticulados corderos.
Para profundizar la democracia se necesitan ciudadanos politizados, críticos, capaces de defender sus derechos y de proponer mejoras sociales.
Ese sujeto, activista y militante se constituye en la barrera primordial ante la anomia fragmentada y egoísta.
Para los neoliberales no existe ni la comunidad, ni la solidaridad ni la Patria. Ellos solo creen en el Becerro de Oro. Ese representación de la competencia, la mezquindad y el odio a los humildes.
Ellos son la verdadera casta que insiste en deshumanizar el mundo.