Criatura de lealtad

Hoy, 7 de marzo, es el aniversario del fallecimiento de Hachikō, la criatura que sigue enseñándonos que es eso de la nobleza, ajena a escudos y títulos. Nota de Jorge Elbaum.

El profesor Hidesaburō Ueno, integrante del Departamento de Agricultura en la Universidad de Tokio había perdido en 1923 una perrita y se negaba a incorporar a la familia otro cachorro. Su hija adolescente insistió y el 15 de enero de 1924 llegó a la casa de Ueno un Akita Inu de color blanco-crema proveniente de una granja ubicada en la cercanía de la ciudad de Ōdate.  

Hachikō fue enviado dentro de una cajita hasta la estación de Shibuya (un viaje de dos días en un vagón de equipaje). Cuando llegó creyeron que el perro estaba muerto. El profesor lo ubicó en su regazo, le dio leche y notó que las patas delanteras estaban levemente desviadas, por lo que decidió llamarlo Hachi (‘ocho’ en japonés), por la similitud con el kanji (carácter japonés) que sirve para representar al número ocho (八).

Cuando Hachikō creció se acostumbró a acompañar al profesor Ueno a la estación de tren con el que se dirigía dar clases. Con el tiempo se acostumbró a esperar al profesor en la plaza, ubicada frente a las vías del tren, hasta su regreso, varias horas después. Su presencia frente a la estación lo había hecho un perro famoso. 

El 21 de mayo de 1925, el profesor murió de un ataque al corazón mientras impartía una clase en la Universidad, y nunca volvió. Los vecinos y familiares decidieron buscar a Hachiko para que regrese a su hogar. Pero el Akita se resistía. Esperaba a Ueno y no quería ir a ningún otro lado que no fuese en la cercanía de su referencia vital. Hachikō esperó en esa plaza durante 10 años. Cada vez que llegaba el tren buscaba el olor de Ueno entre los pasajeros. El pueblo decidió homenajear esa hermosa lealtad y en vida emplazaron una estatua en su homenaje. El 7 de marzo de 1935, Hachiko murió al pie de dicha estatua. 

¿Qué hay en ese gesto sereno que nos enseña la nobleza de una entrega?  Probablemente una referencia humanizada de los que no podemos representar con precisión: un deseo profundo de mímesis vital. Una constatación de la paciencia convertida en cuidado. Una austeridad calma y amorosa. 

Somos, potencialmente, sujetos en aprendizaje perpetuo. Quizás Hachikō sea la forma que asume la lealtad cuando abandona el egoísmo para brindarse a los otros. 

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