Guantes de dignidad

El podio de los 200 metros en México 1968 y una foto imperecedera. Nota de Jorge Elbaum.

Dos hombres negros y canosos, con anteojos, llevan un sarcófago. Sus hombros sostienen la madera y sus manos se aferran a unas agarraderas de color plateadas, exhibiendo aún más el contraste. Plata y betún. Aparentes antítesis cromáticas de un imaginario colonial y racista. Los dos hombres afrodescendientes han viajado desde Estados Unidos hasta Australia, lugar donde  se le rinden homenajes al fallecido.  

Thomas Smith y John Carlos son los dos negros que cargan el féretro de Peter Norman,  fallecido el 3 de octubre de 2006, a la edad de 64 años. Ambos transportan la caja de madera marrón y el resto de los presentes recuerdan una escena compartida por los tres en octubre del año 1968. En aquella oportunidad se corrieron los 200 metros llanos durante  las Olimpiadas de México. Trece días después, el 16 de octubre de 1968 de llevó a cabo la ceremonia de premiación. 

Smith y Carlos acarrean los restos del tercer medallista con la pesadumbre de una memoria que repite el momento de una foto célebre: los tres subieron al podio. Peter Norman obtuvo la medalla de plata con un tiempo de 20.06 segundos. Smith llegó primero a la meta obturando el reloj en 20.06 segundos.

En la ceremonia de premiación del 16 de octubre de 1968, quienes ahora transportan el féretro, levantaron sus puños en protesta por la sistemática violación a los derechos humanos ejecutados contra la población negra en Estados Unidos, por parte de los organismos de seguridad y los grupos racistas del Ku Klux Klan. Ambos alzaron sus manos cerradas enfundadas en guantes negros y agacharon la cabeza para transmitir su vergüenza respecto de un himno que identificaban con la discriminación, en un país que seis meses antes había visto cómo se asesinaba a Martin Luther King. Esas Olimpiadas fueron las mismas en las que se había excluido a Sudáfrica por su política de segregación conocida como apartheid. 

Antes de la premiación, los dos atletas negros le informaron a Norman que iban a realizar la reprobación al himno estadounidense. Por su parte, el corredor australiano mostró su total apoyo a su reivindicación portando la insignia del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos, una asociación conformada para garantizar la exclusión de la Sudáfrica y repudiar las persecuciones en diferentes partes del mundo. 

Una de las declaraciones ante la prensa del medallista de oro fue repetida por los medios grandes medios de comunicación: “Digan al mundo blanco que ya estamos cansados de ser vistos y tratados como animales. Estamos cansados de ser caballos de exhibición. Como hemos ganado, dirán que han triunfado unos norteamericanos, si hubiésemos hecho algo malo, dirían que lo hizo un negro”. 

A Norman le hicieron pagar con creces su solidaridad. Cuando regresó a su país el Comité Olímpico australiano decidió excluirlo del grupo de atletas destacados privándolo de la participación en los Juegos de Múnich de 1972, a pesar de que haber superado las marcas necesarias para representar a su país. Fue acusaron de ser un socio del terrorismo de los Panteras Negras y le exigieron una disculpa pública por su solidaridad con los dos afrodescendientes. 

Carlos y Smith también fueron castigados: el Comité Olímpico estadounidenses los expulsó de la Villa Olímpica y de regreso a su país se les negó de forma sistemática el acceso al sistema educativo, privándolos además de conseguir trabajo. No pudieron volver a competir y tuvieron que trabajar en las labores menos calificadas: lavando coches o cargando bultos en el puerto. 

En las exequias de Norman se le preguntó a Carlos porque había viajado tantos kilómetros para cargar su féretro. Quién había ganado la ´presa de oro dijo, “Peter no tenía que haber tomado esa insignia, Peter no era estadounidense, Peter no era un hombre negro, Peter no tenía que haber sentido lo que sintió, pero sucedió que Peter era un hombre”. 

Cuando el coraje necesita un empuje. Cuando la pelea sea de dignidades, siempre hay que recordar a gente como Norman, que trascendió por una foto y una convicción. También a los otros, a los anónimos que se la juegan por certezas de una verdad que no puede (no podrá) nunca ser traicionada.

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