No hay peor pobre que el que tiene coronavirus
*Por Mauro Brissio y Leticia Cocuzza
A diferencia de lo que muchos creen, el COVID-19 nos trajo una oportunidad: la de detectar las desigualdades que operan en el interior de una sociedad capitalista. Todos vimos cómo el virus, que se expandió rápidamente de forma democrática, ha dejado -y aún continúa haciéndolo- un elevado saldo de víctimas, correspondiente a los sectores marginados de la población.
Es que el sentido común nos advertía que ahí el coronavirus no debía llegar. No se necesita ser un experto en infectología o especialista en políticas sociales, para entender la compleja situación que se vive en las zonas en donde persiste la pobreza estructural. Sin dudas, esos sectores han sido los más golpeados, primero por las políticas de exclusión del gobierno de Mauricio Macri y luego, por la actual pandemia. Si a las necesidades básicas insatisfechas le sumamos la repentina propagación de este enemigo invisible que no perdona, estamos frente a un combo perfecto para una parca que termina siendo injustamente clasista.
Vemos a menudo cómo se llenan las tapas de los diarios con noticias alarmantes sobre el crecimiento de los contagios en las villas de CABA y GBA. Esto contribuye a la conformación de un imaginario colectivo que asocia la pobreza con el COVID-19. El pobre no solo es negro, vago, chorro y drogadicto, por citar algunos de los adjetivos calificativos más escuchados, sino que también ahora se le añade la categoría de propagador de esta enfermedad.
Sin embargo, paradójicamente, nos horrorizamos con el racismo, la violencia y el maltrato que se dan a nivel mundial. Nos indignamos con casos como los de George Floyd, el afrodescendiente asesinado por la policía de Estados Unidos, por el solo hecho de ser negro. Pero no tomamos conciencia de los comentarios denigrantes y ofensivos y de los actos discriminatorios y despreciativos que, lamentablemente, son moneda corriente en nuestro país.
Una lógica comunicacional que ha sido históricamente el argumento de la derecha y que se ha convertido en el mayor logro del liberalismo, es el de haber instalado la idea de que los sectores populares son los que viven del Estado, los mantenidos por las clases que pagan los impuestos. Según el mismo criterio, los pibes pobres delinquen porque quieren, porque les resulta más cómodo que salir a trabajar. Esto no solo relativiza el problema de fondo, sino que además provoca una pereza intelectual bastante conductista y reduccionista ―propia de la colonización del sentido común― que no ve más allá de lo que un titular le indica, culpando al pobre de todos los males que aquejan a la sociedad.
De muestra tomaremos algunos titulares de varios diarios argentinos que no solo evidencian esta afirmación, sino que además ―según el lingüista neerlandés van Dijk―programan el proceso de interpretación y aportan una definición subjetiva de la situación:
“Coronavirus en las villas porteñas: hubo tres nuevas muertes y el total de infectados representa casi el 40% de los contagios” (24 de mayo de 2020, Infobae); “Coronavirus en la Argentina: aumentan los casos en las villas, pero la letalidad es menor que en el resto de la ciudad” (23 de mayo de 2020, La Nación); “Aislaron una villa del conurbano tras confirmar 53 contagios de Coronavirus: ‘No pueden entrar ni salir’, afirmó Berni” (24 de mayo de 2020, Clarín); “Coronavirus en las villas: crece el malestar social por el peligro de contagios masivos y la falta de alimentos” (24 de mayo de 2020, Infobae); “Detectaron 33 casos y un muerto por Coronavirus en Villa Fiorito: reforzarán los controles del barrio casa por casa” (16 de junio de 2020, Infobae).
Si bien, el espectro de estos titulares es bastante amplio, tienen el poder de configurar un escenario homogeneizado, en el que se replica la carga negativa hacia esos ciudadanos: los que viven en las villas. Pero, ¿por qué hacemos hincapié en este análisis semántico? Porque cuando se piensa en términos de los sectores más pobres, es posible observar que generalmente son noticia cuando roban, caen presos, mueren en un tiroteo con la policía o se los aíslan porque representan un potencial peligro para la sociedad, como sucede en la actualidad. Por lo tanto, creemos que es fundamental replantear esquemas de comunicación para modificar la representación que de ellos se hace, sensibilizar sobre la temática y construir nuevos significados para que no se los estigmatice.
Todo lo contrario sucede con los famosos runners; aquellos que apenas comenzó la pandemia salieron a comprar compulsivamente papeles higiénicos, generando un gran desabastecimiento en los mercados; los que volvieron del exterior y no respetaron el aislamiento; los que se fueron de vacaciones en plena cuarentena; los que escondieron a sus empleadas del servicio doméstico en sus 4×4, para que continúen con la limpieza de sus lujosas casas; y así podemos seguir enumerando ejemplos. A ellos nadie los estigmatiza porque viven en la esfera de poder ―que se encuentra a un par de cuadras de donde murió Ramona― de la impunidad de clase, la que les permite hacer lo que quieran porque saben que la espada de Damocles no pende sobre sus cabezas.
Esa es la doble vara de la hipocresía que tanto daño nos está haciendo. Estamos a tiempo de deconstruir todo lo malo que rodea a los sectores marginales. Es hora de reinventarnos como sociedad. Seamos solidarios. Seamos empáticos. Este es el momento, no lo desaprovechemos.
*Ambos son Magíster en Comunicación (UNLaM) e integrantes del Grupo Artigas.
Muy buen aporte. Interesante.